martes, 1 de noviembre de 2016

La risa

El hombre sube al subte y amenaza con cantar. Digo amenaza porque no tiene buena voz, al menos no hablando. Aunque nunca se sabe, a veces esas voces ásperas resultan una sorpresa.

Voy a cantar tal cosa, dice el hombre y se lanza con un tema que no es el anunciado. Eso sólo basta para que me muerda los labios. Se acompaña con un instrumento poco acorde al género elegido, en total disonancia. Un señor sentado enfrente me mira con malicia. Desgraciado, sabe que estoy tentada, él mismo baja la cabeza conteniendo la risa. Una pareja conversa entre sí, la chica murmura algo y el muchacho esconde la cara tras la mochila sobre sus rodillas. Se queda así, con la cara oculta, mientras el cantor sigue y sigue, cada vez más desafinado. Oh, Dios, qué difícil. No puedo reírme, no debo. El de mirada maliciosa se levanta, gracias al cielo, tal vez ya se baje. Pero no, es sólo para ubicarse a espaldas del hombre. Cobarde. El tema -largo, larguísimo- llega a su final. "¡Un aplauso para el cantor!". La chica obedece, el pibe palmea con desgano su mochila. Yo no, no puedo ser tan deshonesta.

El cantor pasa la gorra, por increíble que resulte varias personas le entregan monedas. En el siguiente vagón arranca de nuevo, con otro tema. Ahora sí, río las ganas contenidas. "Pobrecito...", intento justificarme con el que tengo al lado, que me mira serio. Es peor, río hasta sacudirme toda, hasta llorar. La pareja también aprovecha, al señor malicioso no quiero ni mirarlo. De vuelta en casa, de sólo acordarme tengo otro ataque. Qué hijo de puta.

Me preparo un café y canturreo. "Cuando nadie me ve, puedo ser o no ser..." No, no era así. Pucha. "Cuando nadie me ve, puedo ser o no ser..." No acierto el tono. Cuando nadie me ve ni escucha, por suerte.


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