jueves, 7 de abril de 2016

Las paredes no se tocan

"Permiso, señora". Debo pedírselo, la mujer está sentada del lado del pasillo con cara de pocos amigos y me ha mirado sin amagar levantarse. "Momento", ordena deteniendo un avance inexistente con sus manos. La mujer se para y ahí sí, me dejo caer en el asiento vacío. No agradezco, no me dan ganas. Al ratito nomás la escucho quejarse de un hombre. Su mochila -voluminosa, hay que decirlo- la ha rozado. "Habría que prohibirlas", etc, etc. Ahora sí, la miro de lleno. Tiene puestos lentes de sol y pañuelo de seda al cuello. El pelo rubio está bien cortado. Una linda señora, de boca amarga. No pierdo nada con intentarlo, así que junto coraje y largo: "Mi suegro solía decir: no pateés todas las piedras del camino porque al final del día te quedás sin pie. Algunas cosas hay que dejarlas pasar..." Ah, no, ella no deja pasar una, no deja pasar nada. La gente no tiene educación, dejan las mochilas en el piso, ellos mismos se sientan en el piso, cualquier cosa, y después le rozan la ropa a uno. ¡Qué asco! Ella no entiende cómo no les da asco. Y los pibes, los pibes de hoy tan desatentos, ella viene de poner en vereda a uno de la obra social. Le dejó bien claro que ella está un peldaño más arriba y siempre va a estarlo (respiro profundo, es difícil practicar la escucha compasiva). Negros, eso es lo que son, ella odia a los negros. ¡Ah, se les nota tanto! Siempre andan con chicos encima. ¿Puedo yo creer que los otros días una de estas negras dejó que su criatura tirase una servilleta al suelo y no le dijo nada? Ni un no le dijo. Ella tuvo una única hija que se crió en un departamento de paredes blancas, alfombrado, con una mesa con sus adornos y su lámpara encima y nunca tocó nada, nunca rompió nada. Las paredes no se tocan, las puertas tampoco, para eso están los picaportes. Ella le dice a su marido -al segundo marido, que tiene la costumbre de explicar las cosas señalando encima- "¡No toqués! ¿Qué tocás?" Esgrimo como puedo la defensa de los que están un peldaño más abajo, digo que tuvieron otra educación, escasas oportunidades. No señor, no tiene nada que ver, ella se crió en medio del campo y nadie le enseñó educación, aprendió mirando a sus padres. Igual que esas cosas de rancho de comer una galletita en el aire, sin plato ni nada (me pregunto si tiene perro, doy por descontado que no).

"¿Cómo era que decía su suegro?" Le repito la frase. Ah, pero las piedras -los obstáculos- también sirven para cruzar el río, afirma con aire triunfante. Me cuenta que tiene familiares con los que está distanciada, pero resulta que necesitan ayuda, ¿y a quién recurren? A ella, la mala. Que éste no puede, que aquel tampoco, la cuestión que es ELLA la que va ahora camino al hospital para después llevar a su pariente hasta provincia. Porque hay gente mala que trabaja de buena, ella siempre lo dice. "Es brava usted", afirmo. "Ah, sí, yo soy como soy y al que no le gusta puede irse". "Y está orgullosa de ser brava". Claro que sí. Aún trabaja en un Ministerio. Y eso que han querido jubilarla.

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