miércoles, 9 de marzo de 2016

Chapadmalal



Rincón de los vientos. Es lo que nos dijeron que significa Chapadmalal, y vaya si hace honor al nombre. En la mañana siguiente a una noche de lluvia bajamos a la playa por un sendero serpenteante. El mar es pura espuma, rompiente tras rompiente hasta donde alcanza la vista, tan bello que quita el aliento.

El pez

Hay un hombre riendo y gritando en la orilla, se ha mojado las zapatillas intentando salvar a un pez que agoniza en la arena. Una chica también intenta levantarlo pero desiste, es demasiado resbaladizo. Sin pensarlo me lanzo a ayudarla. Tomo el pez con ambas manos lo más delicadamente que puedo y me adentro en el mar para liberarlo. El pez se da vuelta panza arriba. Ha estado boqueando, con sus redondos ojos fijos en los míos, o eso creo. Lo perdimos, pienso. Pero no, da un coletazo y se hunde. Cuando intento volver me doy cuenta de que no es tan sencillo, los jeans mojados pesan y el canto rodado se escurre bajo mis pies. A eso se suman las olas que vienen y golpean. Caigo sentada, para regocijo de los espectadores. La chica que intentara salvar al pez me toma del brazo, yo encojo los dedos de los pies en un esfuerzo por no perder las ojotas mientras sostengo en alto el bolso con el que bajé a la playa. Otra ola vuelve a tumbarme mojando mi campera y el pullover debajo. La chica tironea de mí, nos reímos tontamente, toda la playa se ríe. "Salvamos un pececito y casi perdemos a la ballena", escucho que dice el Hombre. A todo esto recién se está quitando la primer zapatilla para acudir en mi ayuda.

Comentario desafortunado, más en esta sociedad gordofóbica. No estoy del mejor humor, rompí mi ojota izquierda y el agujerito en la manga de la campera es ahora un Señor Agujero. "Nivelá para arriba -le digo al Hombre- si la gente es grosera no te pongas a su altura". Es difícil caminar con las zapatillas llenas de arena. El Hombre se justifica diciendo que él no se refería al peso, sino al tamaño. El pececito chico y el pez grande, algo así. "No me importa a qué te referías, encima que se estaban riendo, vos tenías que entretener a la tribuna. Toda la vida me hicieron sentir rara, una extranjera en mi propio país". Demoro lo mío en cambiar de cara, finalmente reconozco que yo también hubiese reído a carcajadas.

Más tarde me entero que el pez salvado es un cazón.

La comida

Turismo social, de acuerdo. Pero no hay derecho a servir de entrada una tarta minúscula, de plato principal un guiso aguachento y de postre una pera. Así, almuerzo tras almuerzo, cena tras cena. Huimos a Miramar, a alimentarnos como seres humanos.

La playa naturista

Está cerca, ahí nomás. Qué lindo caminar por la playa como Dios nos trajo al mundo, con total inocencia. La entrada al balneario es sumamente armónica. Nos hace desistir el cartel que anuncia una tarifa de estacionamiento de 320$.

Los hoteles

Son 9, y 18 bungalows. La mayoría en estado de abandono. Aún así son imponentes, luminosos, sólidos. Una obra colosal de Evita, en tierras expropiadas a Martínez de Hoz. Es una vergüenza la desidia actual. Más que vergüenza, un crimen. El hotel que nos toca carece de mantenimiento, las persianas y los vidrios de las ventanas están rotos, las sábanas agujereadas. No hay lamparita sobre el botiquín del baño. La única luz en lo alto tiene la intensidad de una vela. La descarga del inodoro obliga a cerrar las puertas del baño y dormitorio para poder dormir, igualmente los colchones delgados y hundidos lo vuelven difícil. Para revolver el café con leche traen cucharas de sopa que ni siquiera entran en las tazas, las moscas sobrevuelan el pan tostado en exceso. Hay un museo donde exhiben cómo era la vajilla en tiempos de la inauguración, hermosas piezas de alpaca a las cuales les borraron las siglas Fundación Eva Perón. Muchas de esas piezas fueron a parar a la basura, algún lugareño las donó al museo.

Sea glass



Así se llama el vidrio esmerilado por el mar. Cada nuevo hallazgo es un regalo. Junto además piedras agujereadas naturalmente y unos pocos caracoles, la idea es armar colgantes.

La vuelta

Cuesta la vuelta, dejar el mar es como alejarse de un amante muy querido, el corazón se rompe un poco mirándolo por última vez.

NO INICIE FUEGO, dice una pintada en la pared lateral de un refugio de colectivos. NO PRENDA FUEGO, dice otra en el refugio siguiente. NO NOS FUMIGEN MÁS, dice una tercera. Kilómetros más adelante, un olor fuerte, como a hormiguicida, nos obliga a subir las ventanillas. El paisaje es hermoso, con colas de zorro meciéndose a los costados de la Ruta 11, la interbalnearia. Aquí y allá hay capillitas recordando a los muertos en accidentes. "Mucho personal de los hoteles, la gente no respeta las señales", nos ha dicho Laura en su último día laboral como camarera. DE TODOS TUS PATRIMONIOS EL ÚNICO IRRECUPERABLE ES LA NATURALEZA, rezan las letras -esta vez sí- grabadas en piedra.

El asfalto engaña con espejismos. Es agua... no, no es agua. Parece que más allá sí... no, tampoco. En el ACA de Dolores paramos a almorzar al aire libre. Una señora muy amable nos ofrece un trapo para limpiar mesa y asientos. "Buen viaje, bendiciones", dice al irse. Después de pagar el último peaje, nos quedan exactamente 10$. ¿Habrá otro peaje? No lo hay, la vida es bella.

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