lunes, 10 de junio de 2013

Convengamos

La constancia

Si yo hubiese entrenado sin desmayo desde aquel lejano día en que comencé, a estas horas sería una sílfide. Si hubiese tomado más que una sola clase de tambor, una respetable candombera.
Dice Luis Pescetti, en su espectáculo Letras peregrinas, que aún para ser los de siempre debemos movernos mucho.

No deja de ser un consuelo.

Una cuestión cultural

Mamá proviene de una familia alemana, protestante, de contracción al trabajo. De ahí que casi todas sus relaciones fueran laborales. En cambio papá era checo, de sangre zíngara, y mantuvo las mismas amistades durante décadas. Amigos porque sí, para disfrutarlos.

Mi hermano y yo tendemos a sospechar a priori de la gente, la misma con la cual danzaríamos alrededor de una fogata hasta caer redondos.

Las nietas

"Convengamos que yo no quería cambiar de escuela", dice Sonia. Once añitos, leyó toda Mafalda cuatro veces. Marcela -dulces dieciséis, boxeadora amateur- anuncia que duda entre seguir profesorado de educación física o toxicología. El Hombre pone cara de asco. "Nooo, tenés que analizar un vómito!" "Me encanta", responde Marcela con ojos soñadores. "Convengamos que....", la voz de Sonia se pierde en un murmullo. Como nadie la atiende, se pone a tocar un piano imaginario. Finalmente encuentra mi mirada y cuenta que ella quiere seguir Ciencias Naturales, le gusta el tema de lo homogéneo y lo heterogéneo. ¿Y por qué no quería cambiar de escuela? Porque en ésta sus compañeros son muy tranquilos, demasiado.

La discusión pasa por si el boxeo es un deporte o no. Marcela es fan de Million Dollar Baby, todos los días corre y salta a la soga. Usa casco protector (por eso tiene la cara sin marcas), pero no está dicho que no siga boxeo profesional algún día.
"¿Se acuerdan de la revista Humor? Tenía una sección fija llamada Fiambres en el ring", empiezo. Marcela me mira con severidad: "Tengo dieciséis años". Un aro con forma de clavo le atraviesa el pabellón de la oreja de lado a lado.

Sonia le da al piano imaginario. Marcela -musculosa verde- le clava los ojos y traba los trapecios como un ave que esponja su plumaje. La mirada de Sonia es de respeto, convengamos.

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